En estos días cruciales para definir posturas en el país sobre temas tan sensibles como lo es la familia, considero que debemos pronunciarnos.
Me pronuncio como habitante de una comunidad, como hombre, como profesionista, como indígena y como actor político.
El modelo de familia que conozco
es de amor y respeto al prójimo. Nunca nos inculcaron odiar a quienes no
piensan como nosotros, a quienes viven diferente a nosotros. No sé si papá
trabajaba tanto que no le dio tiempo imponernos el machismo casi obligatorio en
nuestro país. No sé si mamá estaba tan entretenida enseñándonos a ser autónomos,
que no se fijó que todos fuimos hombres.
Es ahora cuando caigo en la
reflexión de que, realmente corrimos con la fortuna de que nos enseñaron
valores consistentes. Nos enseñaron a valernos por nosotros mismos, a ganarnos
la vida. Desde lavar el nixtamal, molerlo y hacer tortillas; poner café y hacer
comida. A la vez, nos enseñaron a cultivar la tierra, a picar leña, a afilar el
machete y chapear el monte.
Tal vez esto se dio, gracias a
que éramos discriminados por nuestra lengua, por personas inconscientes. Nos decían
“otomites” y a nosotros nos valía un montón de carcajadas, porque sabías que no
estábamos haciendo mal a nadie con hablar nuestra palabra indígena.
No había colorcitos de ropa o
juguetes exclusivos para nosotros, las piedritas son de muchos colores, las
maderitas también son distintos.
¿A qué quiero llegar?
A este tema tan manoseado en los
últimos días, la familia.
Después de que mamá falleció, mi
padre también fue madre; aprendió a cocinar, a hacer tortillas, a costurar su
ropa rota y seguía trabajando la tierra. También cuidaba de mí cuando había
enfermedad, también me besaba la frente y me hablaba con ternura para sanar
pronto.
Entonces era un solo hombre el
representante máximo de mi familia, con su montón de hijos varones. Por eso no
creo que haya moldes para asegurar el concepto de familia. Así como ahora,
después de que papá faltó, mi familia es mi hermano, su esposa y mis sobrinos.
Lo que digo ahora es que la
familia es sagrada, muy importante para sentirnos protegidos, queridos y
seguros ante el mundo. Aquí no cabe la homofobia, pero
sí el rechazo a la hipocresía y a la corrupción. En mi familia no cabe la
discriminación, pero sí le cerramos la puerta a la intolerancia y al odio.
En mi lengua ñühü ni siquiera
diferenciamos a través del género; los pronombres son neutrales, aplican para
hombre y mujer a la vez. Entiendo que estamos en una diversidad de pensamiento
y religioso, porque en mi pueblo originario creemos en Dioses y Diosas.
Entonces, lo que tengo claro del
concepto de familia es que es un círculo social pequeño o grande. Tengo definido
que es un grupo de personas que se protegen entre sí, que se aprecian y
fomentan los valores de manera recíproca. La familia es también un núcleo
cultural, ético, económico y político; según se va dando la formación colectiva
entre sus integrantes.
Nadie tiene derecho a decir ni
decidir sobre si la familia la conforma un hombre y una mujer exclusivamente,
con los únicos fines de reproducción biológica.
Por eso me pronuncio a favor del
respeto y la tolerancia; en favor de la diversidad en todos los seres humanos. Me reconozco fomentando la equidad, la paridad
y la igualdad entre los diferentes, dentro de todos los ámbitos y sectores sociales.
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